El segundo domingo de Adviento coincide este año con la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María y en España, por especial concesión que se basa en la especialísima relación de la Inmaculada con nuestra patria, se nos permite celebrarla en unión al domingo. Contemplamos, pues, a María en su Inmaculada Concepción que es el anuncio más claro y cierto de la salvación a la que nos ha predestinado a todos el Dios verdadero. En María se manifiesta lo que Dios hubiera querido realizar con todo hombre y toda mujer; en ella, el Señor ha podido rehacer el relato de la primera lectura en el que la primera pareja humana le dijo que no, haciendo mal uso de la libertad que se le había dado. Así, el libro del Génesis nos advierte de la fractura producida en el género humano: hombre y mujer rechazaron convertir la relación Creador-creatura en relación filial y solo obtuvo a cambio el dudoso conocimiento de su «desnudez» (miseria y desvalimiento del hombre sin Dios) y la ruptura de su propia relación fraterna y con el resto de la creación. De reyes de lo creado, pasaron a ser sus dominadores, y prefirieron el esclavizarse o ser esclavizados antes que vivir como personas libres. Aunque el mismo Señor logró incluir en el relato de ese desastre una cláusula de esperanza: llegará un día en que esta misma pareja que ahora ha sucumbido, triunfará en el mismo lugar de la derrota. Vendrá otra mujer y dirá que sí, siempre, desde el instante mismo de su concepción y así será Inmaculada para convertirse en Madre de la nueva humanidad, que recomienza el camino para acoger el don de la filiación que tiene como consecuencia la fraternidad. El Evangelio de la Anunciación nos relata el cumplimiento de esta proto promesa: la pequeña María, Virgen, amiga de Dios desde el mismo instante de su concepción, que nunca le ha dicho que no, es capaz de dar el sí definitivo. Y esta vez no se trata a decir sí a vivir en un Paraíso, como al principio sino a comprometerse en convertir este mundo destruido en la antesala del Paraíso que sólo se cumplirá ya más allá de este mundo. María es también la gran profetisa del Adviento pues revela la única actitud y respuesta que verdaderamente le abre a Dios y su salvación la puerta de nuestra vida: ‘he aquí la humilde sierva del Señor y que se haga en mi según tu Palabra’. También el relato nos advierte que este sí no se improvisa, que en el caso de María y de todos es el fruto de una larga y seria amistad con Dios («amigos fuertes» que decía Santa Teresa). María conoce profundamente al Señor que le ahora le pide la entrega de su vida y es también profundamente conocida por Él, es su elegida desde su misma Concepción Inmaculada y todo en su vida se dirige a preparar este momento, a hacer realidad esta vocación. En María, el Señor nos recuerda que este sí está a nuestro alcance, que en ella comienza otra historia, la historia de los hombres y mujeres que son hijos y hermanos, que ya no se tienen por enemigos, ese reino que vino, que está aquí y que vendrá, la humanidad nueva de los hombres libres.
Primera lectura: Génesis 3, 9-15. 20
DESPUÉS de comer Adán del árbol, el Señor Dios lo llamó y le dijo:
«¿Dónde estás?».
Él contestó:
«Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí».
El Señor Dios le replicó:
«¿Quién te informó de que estabas desnudo?, ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?».
Adán respondió:
«La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí».
El Señor Dios dijo a la mujer:
«¿Qué has hecho?».
La mujer respondió:
«La serpiente me sedujo y comí».
El Señor Dios dijo a la serpiente:
«Por haber hecho eso, maldita tú entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; ésta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón».
Adán llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven.
Segunda lectura: Filipenses 1, 4-6. 8- 11
Hermanos:
Siempre que rezo por vosotros, lo hago con gran alegría.
Porque habéis sido colaboradores míos en la obra del evangelio, desde el primer día hasta hoy.
Esta es nuestra confianza: que el que ha inaugurado entre vosotros una empresa buena, la llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús.
Testigo me es Dios de lo entrañablemente que os quiero, en Cristo Jesús.
Y ésta es mi oración: que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores.
Así llegaréis al Día de Cristo limpios e irreprochables, cargados de frutos de justicia, por medio de Cristo Jesús, a gloria y alabanza de Dios.
Evangelio: Lucas 1,26-38
EN aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel:
«¿Cómo será eso, pues no conozco varón?».
El ángel le contestó:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, “porque para Dios nada hay imposible”».
María contestó:
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
Y el ángel se retiró.


