¿Qué más se podrá decir de la Virgen del Carmen? A través de los siglos se han ido desgranando poemas y cantares, miles de manifestaciones literarias en todos sus géneros, ensalzando a esa mujer sencilla, escondida, pequeña, como ella misma gustó en llamarse: “la esclava del Señor”… Tengo la íntima sensación de llegar un poco tarde para gritarle un piropo, cuando ya están todos los piropos gritados a pleno pulmón; para cantarle a Ella, cuando ya están todos los pentagramas ocupados sin espacios, sin silencios; para regalarle la luna llena, cuando lleva tantos siglos bajo sus hermosos pies…
16 de julio del año 1251. San Simón Stock (lo cuenta la leyenda, que siempre acierta cuando anda el corazón por medio), siente de pronto que el aire se llena de estrellas, que la luz se vuelve más clara, más profunda, más LUZ sin posibilidad alguna de tinieblas… Entre sus manos temblorosas, alguien deja caer un trozo de tela parda, para cubrir su pecho y sus espaldas: un escudo que lo defenderá de las asechanzas de quien quiere alejarle de la dicha de mirar al cielo en busca de sus esperanzas… Una niña sencilla, con su Hijo pequeño en el regazo, le regala el santo Escapulario… En sus ojos de Madre, descubre el General del Carmen toda la Belleza del Monte Carmelo, alzado frente al mar. Y la llamó así, y la llamaron así, y la llamaremos eternamente así: VIRGEN DEL CARMEN, Jardín de Dios.
Vivo en el Monasterio de San José, ciudad de Antequera. Aquí nos dejó Teresa de Jesús (como en todas sus casas), en herencia, el amor a la Reina y Hermosura del Carmelo. Ella nos preside, nos acompaña, nos guía, nos precede, nos alienta, nos sostiene, nos fortalece, nos consuela, nos señala el Camino…, nos lleva a Jesús. La Virgen del Carmen nos sale al paso en cada esquina, en cualquier escalera, en los claustros que guardan el silencio amoroso de tantos siglos… En cada rincón, siempre te está mirando la Señora de esta casa. La Virgen de la capa blanca nos sonríe desde ese altar lateral de nuestra iglesia de San José (por cierto, como dato curioso, se trata de un pequeño retablo, la pieza más antigua de este templo), en esa escultura manierista del s. XVII. Muchos años sufrimos su ausencia, hasta que regresó junto a nosotras después de haber permanecido en la iglesia de nuestros hermanos carmelitas descalzos de Stella Maris (Málaga) durante mucho tiempo.
Mirarla a Ella es dejarnos en sus manos de Madre. La seguridad de su saber estar, -en pie, siempre en pie, como aquel mediodía inolvidable junto a la Cruz de Jesús-, nos da la fortaleza para seguir también en pie. Sin ruido de palabras, sin gestos ponderativos, sin aplausos ensordecedores que se evaporan en un instante… Solo ESTAR… Nada tan fácil y, a la vez, tan difícil algunas veces…
No, no están dichos todos los piropos a María… Le falta el tuyo, y le falta el mío, y el de todos los que vendrán después… Se deshojó la primera rosa de la historia, pero todas las que nacieron después fueron únicas, y dejaron su aroma colgado de la brisa.
Virgen del Carmen, Reina y Marinera,
que estás frente al timón de mi navío,
te besa el pie, galante, el mar bravío,
mientras te brinda el sol su luz primera.
Caracolea el agua en tus rodillas
como espigas crecidas al poniente.
Mil estrellas de mar sobre tu frente,
y un repique de espuma en tus mejillas.
Señora de mi amor y mi esperanza,
me sabe a sal tu nombre si te nombro,
perdida mi barquilla en lontananza.
Siento tu mano, Madre, sobre el hombro,
guiándome hacia un puerto de bonanza
por las sencillas aguas de mi asombro.
Hª Lucía Carmen de la Trinidad, cd.
Carmelo de San José, Antequera.